Incertidumbre poética transformada, poema
Incertidumbre poética transformada, poema
La certeza no es cosa bien sabida,
no sabemos a dónde irá el alma
tras dejar el cuerpo en repentina huida,
solo nos queda ahora juntar las palmas,
y rogar que halle un sitio superior,
tan solo imaginamos que hay un lugar,
quizás un punto en este universo,
que según mi fe, da aliento al corazón;
pues de cómo fuiste aquí en tu vida,
irás al infierno, purga o al paraíso.
Los antiguos griegos creían
que toda alma partía al triste Hades,
a ese Inframundo, un doloroso
destino;
los viejos romanos hablaban del Averno,
mas sus héroes iban a los Elíseos, sin camino.
Para los egipcios del Imperio Nuevo,
allá el faraón y quien pudiera costear
el proceso sagrado de momificación,
hallaría
la divina consolación,
por su fe, llegar a la gran aspiración:
que el cuerpo preservado, por designio divino,
pudiera,
tras ser juzgado sin reparo
alguno por
sus correspondientes dioses
del
camino, el alma, el corazón, su fuerza vital,
todo en
uno, volver a reunirse en su cuerpo momificado,
lo que
implicaba volver a la vida, sin vacilar,
para vivir con Osiris, en la eternidad soñada,
en el Aaru, paraíso que buscaban a su lado.
Para ese más allá poder habitar, la verdad,
el corazón del difunto debía siempre llegar
en manos de Anubis o del gran dios Horus,
ambos psicopompos, de las almas conductores,
y estar presente en la Confesión de Maat,
esa sala de tribunal con cuarenta y dos señores
que juzgaban el corazón en balanza, su verdad:
la psicostasis, el pesaje de cada alma sagrada.
Si no igualaba el peso a la pluma de Maat,
diosa, Maat, justicia y orden, en su balanza
rigurosa,
no se reunían el "ba" (fuerza vital) ni
el "ka" (fuerza anímica)
en el cuerpo momificado, de forma ya definida,
formando
de nuevo el "akh", el ser benéfico y real,
y no pasaría a vivir al paraíso-Aaru, aquel
portal.
Entonces sería devorado, con fuerza bruta y
letal,
el
"alma-corazón" por un monstruo quimérico, sin piedad,
con cabeza de cocodrilo, cuerpo de león bien
fuerte,
y la trasera de hipopótamo, que el final te
ofrece,
ese monstruo quimérico que Ammit se hace llamar,
cuyo nombre solo significa "la devoradora de
muertos",
sin dudar,
o "la devoradora del alma-corazón",
de forma
severa; si te devora, serías parte de la nada,
la negra senda, y la nada, al final, pues, no
existe,
no tiene ni nombre, el mismo destino de quienes
no pudieron sus cuerpos honrar.
Los
resultados del juicio frente a la pluma de Maat,
bajo la presencia del dios Osiris, el dios que
mira,
son anotados con sabiduría por el dios escriba
Tot, sin dudar.
Las momias de Egipto,
quietas como siempre, siguen muertas,
inertes, sin vida ya; nunca volvieron
de aquel sueño perenne, no fueron
al paraíso que se ha de buscar.
Así que no hay certeza en esta
senda,
de que un cuerpo vuelva a la vida carnal,
cuando la muerte su último suspiro encienda.
No sé por qué millonarios excéntricos
pagan por ser criogenizados, en su extraña pasión,
para ser resucitados por la nueva
religión
de los grandes escépticos: la pura ciencia
que viaja bajo la creencia que muerte
es enfermedad sin razón, que aluna vez será curada,
siempre al sol; esto muestra que la ciencia,
en el fondo de su ambición,
sigue siendo una moderna alquimia,
en profundo corazón, que busca con afán aquel elixir,
la solución, el elixir de la vida sin fin,
la eternidad que anhelan,
y el oro bebible que todo mal y pena, cura y sana.
La Psicostasis, la Psicostasia ancestral,
o el Pesaje de las Almas, juicio universal,
forma parte de la iconografía más cristiana,
del Juicio Final, la escena
soberana,
pues la creencia que profesan es
que el alma
vivirá como ente en el más allá,
cuando la muerte llegue ya,
y su salvación o su negra condenación
final dependerá del peso de los pecados en el plano terrenal,
contra las obras buenas en la balanza de Dios, sin igual.
En ella pesan la esencia del alma, cual destello fugaz,
San Miguel Arcángel, junto al diablo atroz, en su gran pugnaz,
esa balanza del Juicio más Final,
donde todo se juzga con paz.
En tal escena iconográfica, Miguel es psicopompos,
conductor, él pesa tus obras en la balanza,
cual justo mediador, con dos platillos
que disponen acciones de luz y de dolor.
El diablo interviene e intenta inclinar el platillo cruel,
de las malas obras a su lado, con engaño, con hiel, p
or artimañas para llevarse esa chispa, esa luz, en su piel.
La iconografía se completa con
momentos del Juicio sin velo,
con las almas que esperan ser juzgadas a un lado,
hacia el cielo, y al otro las de los justos,
ascendiendo a un mundo sin duelo,
y las de los condenados al
infierno,
sin ningún consuelo, donde son engullidas
por la gran boca del Leviatán, cual señuelo.
Hay que observar muy bien esa gran semejanza,
que la iconografía cristiana comparte
con la egipcia en su danza, así me
lleva
a la incertidumbre, a mi propia bonanza,
de que mis creencias católicas son modificaciones,
¡qué extraña andanza!, de creencias paganas,
que surgen cual nueva esperanza,
lo que me deja pensando que mi fe
es también una patraña sin lanza.
Y qué certeza guarda el hombre del futuro real,
solo prevemos por lógica que ciertos factores
irán
a ciertas
consecuencias, en este plano terrenal,
mas cuanto acontece, no es lo que nos parece,
es un gran
vaivén, pues la incertidumbre,
sin duda, es la constante más fiel.
¿Y qué certeza abraza el poeta de lo que es poesía?
No soy conocedor de vanguardia,
ni de lo moderno que brilla, ni de postmoderna voz;
lo más audaz es la anti-poesía,
y mi verso carece de carácter en
ese universo que arrolla.
Para colmo, es la incertidumbre
poética la que nos desvela,
no saber lo que es poético hoy, con su nueva estela;
para el hombre de hoy, moderno o posmoderno, la verdad,
es difícil tener certeza de lo que es poesía, en su vanidad.
No como en el Siglo de Oro, en sus luminosos días de antigüedad,
cuando Lope de Vega, en soneto, explicó con claridad,
le explica a Violante qué es un soneto, en belleza y verdad,
paso a paso, describe en verso su característica y cualidad,
una verdadera metapoesía que en su ser descansa.
En el caso de Lope, un metasoneto
que en el alma avanza,
describe un soneto dentro de un soneto, con gracia y esperanza.
Eso era en su tiempo: saber lo que era poesía,
en su gran danza; mas en la
posmodernidad,
confusos y sin balanza, no sabemos
de dónde venimos ni a dónde va la alianza,
mucho menos hay certeza de lo que es poesía,
en su esencia que lanza.
La pesadumbre que la incertidumbre
de la vida nos trae, se le complica
al poeta al mostrar su incertidumbre que lo atrae.
Fernando José Padilla donfjp fjp
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