La verdad y la mentira según FJP
La verdad y la mentira según FJP
En el corazón del Viejo San Juan, donde los muros renacentistas guardaban
el eco de siglos pasados y el aire olía a jazmín y salitre, se encontraba el
patio de una casa señorial. Bajo el sol vibrante del Caribe del siglo XIX, se
encontraron dos figuras tan opuestas como el día y la noche, aunque por un
momento parecieron buscar la misma sombra.
Una era la Verdad, cuya presencia era tan imponente como la historia misma.
Vestía ropajes que parecían tejidos con la luz del sol y las gemas de la
tierra, desplegando los colores iridiscentes de las plumas de un pavo real en
su máximo esplendor. Caminaba con la seguridad de quien no tiene nada que
ocultar, su mirada clara y directa.
La otra era la Mentira, ataviada como una maja elegante. Sus movimientos
eran gráciles y su sonrisa, encantadora, aunque había un brillo calculador en
sus ojos oscuros. Su vestido, aunque de buena factura, no tenía la
magnificencia intemporal de la Verdad, sino la moda pasajera y seductora del
momento.
Se encontraron cerca del antiguo pozo del patio, cuyo brocal de piedra
parecía una boca sedienta en la tierra.
La Mentira, con su voz melodiosa y persuasiva, se dirigió a la Verdad...
Se encontraron cerca del antiguo pozo del patio, cuyo brocal de piedra
parecía una boca sedienta en la tierra.
La Mentira, con su voz melodiosa y persuasiva, se dirigió a la Verdad, sus
ojos brillantes con un desafío velado. "Oh, Verdad," comenzó, con un
suspiro que sonó casi sincero. "Siempre tan luminosa, tan innegable a
plena luz del día. Pero me pregunto, ¿qué tan aguda es tu visión en la
penumbra?"
La Verdad la miró con curiosidad, su expresión serena. "Mi visión,
Mentira, no depende de la luz exterior, sino de la claridad interior."
La Mentira sonrió, una curva elegante en sus labios. "Palabras
hermosas. Pero la verdadera prueba de la luz no es iluminar lo que ya es
visible, sino disipar la oscuridad misma. En el fondo de este viejo pozo,"
continuó, gesticulando hacia la abertura oscura, "la luz del sol apenas
llega. Es un lugar de sombras y secretos. Te desafío, Verdad: ven conmigo al
fondo. Veamos si tu célebre capacidad puede encontrar la Mentira incluso cuando
se esconde en la más profunda oscuridad."
La propuesta era inusual, casi absurda, pero la Verdad nunca rehuía un
desafío, especialmente uno que ponía a prueba su propia esencia. La idea de
demostrar que su luz podía penetrar cualquier sombra picó su curiosidad.
"Acepto tu desafío, Mentira," respondió la Verdad, su voz
resonando con autoridad tranquila en el patio. "Bajemos a tu oscuridad.
Veremos si puedes permanecer oculta para mí."
Y así, bajo la atenta mirada de los viejos muros de la casa renacentista,
la Verdad con sus ropajes de pavo real y la Mentira con su gracia de maja
elegante, comenzaron a descender por las húmedas y frías paredes del pozo.
Saltemos entonces al fondo, donde la luz del sol del Caribe apenas llegaba,
creando un reino de penumbra húmeda y fresca. El aire quieto olía a tierra
mojada y a misterios guardados. El agua en el fondo estaba oscura y tranquila,
un espejo opaco que no reflejaba más que sombras.
La Verdad y la Mentira llegaron al fondo. Quizás la Mentira, aún jugando su
juego, sugirió que la oscuridad era propicia para un baño, para sentir la
negrura del agua y probar realmente si la luz de la Verdad podía brillar allí.
La Verdad, confiada en su propia naturaleza, accedió. Lentamente, sus
magníficos ropajes de pavo real se deslizaron, cayendo a sus pies antes de que
entrara en el agua fresca. La Mentira también dejó caer sus elegantes
vestiduras de maja.
Y fue en ese instante, mientras la Verdad sentía el abrazo frío del agua
del pozo, quizás confiada en la cercanía de la Mentira en ese espacio
confinado, que la Mentira actuó. Con una agilidad inesperada, o quizás con una
palabra astuta que desvió la atención de la Verdad por un segundo crucial, la
Mentira se abalanzó.
No solo recogió sus propias ropas, sino que con rapidez furtiva, tomó
también los brillantes y pesados ropajes de pavo real de la Verdad. En un
instante, los tuvo en su poder.
La Verdad, sintiendo de repente el vacío donde antes estaba su vestidura,
miró hacia el borde del pozo. Allí, ascendiendo con una velocidad sorprendente,
vio a la Mentira. Pero no era la Mentira que conocía. Ahora, la Mentira se
envolvía en las resplandecientes telas de la Verdad, transformando su
apariencia. Y con un último vistazo rápido hacia abajo, donde la Verdad se
encontraba desnuda y atónita en el agua oscura, la Mentira desapareció por la
boca del pozo, llevándose consigo ambas identidades visibles.
La Verdad se quedó sola en el fondo del pozo, el agua fría hasta la
cintura, completamente despojada de sus vestiduras, y dándose cuenta de la
magnitud del engaño.
La Verdad se quedó sola en el fondo del pozo, el agua fría hasta la
cintura, completamente despojada de sus vestiduras, y dándose cuenta de la
magnitud del engaño.
Mientras la Mentira ascendía rápidamente por la pared del pozo, ya
envolviéndose en las magníficas telas de pavo real de la Verdad, se detuvo un
instante cerca del borde. Miró hacia abajo, a la figura desnuda y empapada de
la Verdad en la oscuridad húmeda. En sus labios de maja elegante se dibujó una
sonrisa de triunfo, teñida de burla.
Y para colmo de la ignominia, antes de desaparecer por completo, la Mentira
arrojó algo al fondo del pozo. No eran sus propios ropajes elegantes, sino unas
vestiduras humildes y desgastadas de maja, de las más sencillas, las que usaría
alguien sin pretensiones ni brillo.
"Ahí tienes, Verdad," resonó la voz de la Mentira desde arriba,
con un eco cruel en el hueco del pozo. "Ahora que estás despojada de tu
esplendor, quizás estos te sienten mejor. El mundo no siempre quiere ver tu
deslumbrante desnudez."
Y con una risa que pareció arrastrar las últimas gotas de luz, la Mentira,
disfrazada de Verdad, se fue, dejando a la verdadera Verdad no solo desnuda,
sino también humillada con la oferta de una identidad robada y devaluada.
La Verdad, sintiendo el golpe final de la sorna de la Mentira y viendo caer
a sus pies esas miserables telas, sintió que la rabia y la tristeza se
solidificaban en una determinación amarga. Arrojó con desprecio los ropajes
humildes. No se vestiría con la farsa de la Mentira.
Luego, comenzó la ardua escalada hacia la superficie...
La Verdad, helada por el agua y la traición, no tardó en reaccionar. La
rabia comenzó a hervir en su interior, una furia justa ante la vileza de la
Mentira. No podía quedarse en el fondo del pozo, olvidada y despojada. Con una
determinación feroz, comenzó a escalar por las rugosas paredes de piedra,
sintiendo el frío y la humedad contra su piel desnuda. Cada agarre, cada
esfuerzo, era impulsado por el deseo ardiente de recuperar lo que le habían
robado y exponer a la impostora.
Finalmente, jadeante y temblorosa, la Verdad logró asomarse por el brocal
del pozo y salir al patio bañado por la luz del día. Allí estaba, la Verdad en
su forma más pura y vulnerable, desnuda ante el mundo. A pesar de la falta de
vestiduras, poseía una belleza innegable, una dignidad intrínseca que debería
haber sido suficiente para que cualquiera la reconociera.
Con la voz entrecortada por el esfuerzo y la indignación, comenzó a clamar:
"¡Soy la Verdad! ¡La Mentira me ha robado! ¡Se ha llevado mis ropajes y
los suyos, y ahora anda por ahí disfrazada!"
Pero la gente que pasaba por el patio, los habitantes del Viejo San Juan
absortos en sus vidas del siglo XIX, la miraban con extrañeza, luego con
desconfianza, y finalmente con rechazo. Veían a una mujer desnuda, alterada,
haciendo afirmaciones salvajes. Su desnudez, en lugar de revelar su pureza, la
hacía parecer indecente, loca. ¿Cómo podía ser la majestuosa Verdad esta figura
expuesta y vulnerable?
Y entonces, quizás a lo lejos, o pasando cerca, vislumbraron a la Mentira,
elegantemente ataviada con los resplandecientes ropajes de pavo real. La
Mentira sonreía, saludaba, su porte regio y seguro. Ante sus ojos, esa figura
vestida con magnificencia era la Verdad. ¿Por qué creer a esta mujer desnuda y
despeinada gritando desde un pozo?
Nadie le creyó a la Verdad. Desviaban la mirada, murmuraban, se alejaban.
La figura sollozante y furiosa en el patio no cuadraba con la imagen que tenían
de la Verdad, una imagen que la Mentira, astutamente disfrazada, encarnaba a la
perfección en ese momento.
La Verdad, abandonada por la fe de la gente, sintió que la rabia se
mezclaba con una profunda tristeza y desesperación. Se quedó allí, desnuda en
el patio del Viejo San Juan, sollozando con una rabia impotente que el mundo se
negaba a ver o a comprender.
Fernando José Padilla donfjp fjp
Comments
Post a Comment