el poeta encerrado

El poeta encerrado en una torre

 


 

El poema explora la dualidad entre la luz y la oscuridad, la soledad y la reflexión, y la búsqueda de la verdad y el sentido en la vida.

 

Reflexión en la torre de marfil: El alma se debate entre la soledad y la reflexión en la torre de marfil, buscando un equilibrio entre sombras y destellos.12

El poder de la naturaleza: El viento y la lluvia son descritos como fuerzas incontrolables que revelan la fragilidad del ser humano.34

La búsqueda de la verdad: El observador en la torre busca comprender la verdad oculta tras la luz y la dualidad de la existencia.56

El ciclo de la lluvia: La lluvia se presenta como un reflejo del pasado y un recordatorio de las heridas que aún duelen.78

La ciencia y la inmortalidad: El poema también aborda temas de la ciencia moderna y su búsqueda de la inmortalidad a través de la criogenización y la clonación.910

La duda y la fe: Se exploran las dudas sobre la fe y las creencias religiosas, comparando el juicio cristiano con las creencias del antiguo Egipto.1112

La poesía y la modernidad: El autor expresa su confusión sobre la poesía moderna y la dificultad de entender su propósito en la era contemporánea.1314

 

 

 

El poeta encerrado en una torre

 

En la torre de marfil, el eco del silencio,

un observador eterno, ajeno al artificio.

El mundo, un teatro de sombras y reflejos,

donde el ser se diluye en vanos espejos.

 

Solo en la altura, la mirada perdida

 en el laberinto humano, la esencia escondida.

La torre, un refugio, o acaso una prisión,

donde el alma se debate en su reflexión.

 

En la torre de marfil, el tiempo se detiene,

bajo el sol que abrasa, la luna que sostiene.

Un observador eterno, en su soledad serena,

contemplando el mundo, su efímera escena.

El sol, un destello de verdad fugaz,

la luna, un espejo de la duda tenaz.

En la torre, el alma se despoja de su piel,

 buscando el sentido, que se oculta tras el velo.

 

La luz del sol, un grito de existencia,

la luna, un susurro de la eterna ausencia.

En la torre, el ser se debate entre ambos,

buscando un equilibrio, entre sombras y destellos.

 

 

Desde la torre, el viento aúlla su canción,

un lamento eterno, que el alma absorbe con razón.

La lluvia, un torrente de lágrimas del cielo,

 lava las certezas, desvela el desconsuelo.

En la contemplación, el ser se despoja de su abrigo,

expuesto a la intemperie, donde el alma busca abrigo.

El viento, un susurro de verdades efímeras,

la lluvia, un recordatorio de las heridas efímeras.

 

En la torre, el observador, testigo silente,

 del drama cósmico, que el tiempo consiente.

El viento y la lluvia, mensajeros del cambio,

 revelan la fragilidad, del efímero intercambio.

 

El viento azota la torre, con furia implacable,

 la lluvia golpea las ventanas, con un ritmo inestable.

Desde la altura, el ser contempla el poderío,

 de la naturaleza indómita, en su eterno desafío.

 

El viento, un espíritu libre, que no se doblega,

 la lluvia, un torrente de vida, que no se niega.

 En la torre, el observador, aprende a aceptar,

la fuerza incontrolable, que no se puede domar.

 

 

Desde la torre, la luz se desdobla,

 un prisma de verdades, que el alma arrebata y roba.

El sol, un destello de conocimiento oculto,

la luna, un espejo de un misterio absoluto.

En la contemplación, el ser se trasciende,

más allá de lo visible, donde la mente se extiende.

La luz, maestra silenciosa, revela su secreto,

una inteligencia ininteligible, un diseño discreto.

En la dualidad, la unidad se esconde,

 un eco de lo eterno, que el tiempo responde.

Desde la torre, el observador comprende,

que la verdad se oculta, donde la luz asciende.

 

 

La luz, un lenguaje sin palabras ni voz,

 un código divino, que el ser no reconoce.

En la torre, el alma se enfrenta a su ignorancia,

ante la inmensidad de una inteligencia en constante fragancia.

El sol y la luna, testigos de un misterio,

que el observador contempla, con asombro y criterio.

La inteligencia superior, inalcanzable y sutil,

un enigma eterno, que el alma no puede diluir.

 

La lluvia cae, un cristal que se despliega,

 en cada gota, un recuerdo que me entrega.

Espejos de agua, reflejos del ayer,

 donde el alma se pierde, sin poder volver.

El olor a tierra mojada, un perfume amargo,

 despierta memorias, que el tiempo hizo largo.

 Gotas que caen, como lágrimas del cielo,

reflejando heridas, que aún duelen en mi anhelo.

 

En cada charco, un rostro difuso aparece,

 un recuerdo lejano, que el alma me ofrece.

La lluvia limpia el aire, pero no el dolor,

un contraste cruel, que me llena de temor.

El olor a ozono, un aliento helado,

me lleva a momentos, que el tiempo ha olvidado.

Gotas que resuenan, como ecos del pasado,

 un concierto de dolor, que me tiene atrapado.

 

La lluvia distorsiona, el pasado se difumina,

pero el dolor persiste, en cada lágrima que culmina.

Espejos de lluvia, testigos del ayer,

 donde el alma se refleja, sin poderlo esconder.

El olor a tu perfume, se mezcla con la lluvia,

una mezcla dolorosa, que hoy me lastima y sitúa.

Gotas que caen, como un ciclo que se repite,

trayendo recuerdos, que el alma no admite.

La lluvia lava, pero también recuerda,

un ciclo eterno, que el alma no acuerda.

Espejos de lluvia, donde el alma se desnuda,

 buscando la verdad, que el mundo no ayuda.

 

 

Desde la torre, el alma alza su vuelo,

como un ave fénix, del sueño al desvelo.

El alba, un río de luz que asciende,

 lavando las heridas, que el tiempo no comprende.

El cuerpo, templo efímero, se desvanece,

mientras el alma, en la luz, se mece.

Cada rayo de sol, un bálsamo dorado,

sanando las cicatrices, del pasado olvidado.

 

La torre, faro de ascensión serena,

donde el alma, en la luz, se llena.

El amanecer, un espejo de lo eterno,

reflejando la belleza, del viaje interno.

Las sombras de la noche, se desvanecen lentas,

 mientras el alma asciende, sin dar más cuentas.

 Aceptando la efímera danza de la vida,

en cada instante, una herida sanada y vivida.

El viento, un susurro de verdades sutiles,

recordando al alma, que los cuerpos son frágiles.

Pero el espíritu, cual llama inextinguible,

 asciende en la luz, en un abrazo invisible.

 

La torre, testigo de la metamorfosis,

donde el alma se libera, de toda hipnosis.

El amanecer, un portal hacia lo divino,

donde el ser se funde, en un diseño genuino.

En la contemplación, el alma se eleva,

aceptando la danza, que el cosmos prueba.

 El cuerpo, un lienzo de experiencias fugaces,

mientras el alma asciende, dejando sus enlaces.

La luz del alba, un elixir sanador,

 curando las heridas, con amor y fervor.

La torre, un altar de trascendencia pura,

 donde el alma se eleva, en una eterna cura.

 

La certeza, un enigma en la vida,

¿a dónde el alma emprende su huida?

Tras dejar el cuerpo, en veloz palma,

 rezamos por su eterno alma.

Un lugar mejor, quizás, lejano,

en el vasto universo, cual arcano.

Mi fe, un aliento al corazón,

dicta el destino, según la acción.

Infierno, purgatorio, o el paraíso,

según la senda, el eterno aviso.

 

Egipto antiguo, Imperio Nuevo,

 momificar el cuerpo, un apruebo, p

ara el alma, hallar consuelo,

y por fe, alcanzar el cielo.

El cuerpo intacto, tras el juicio,

por dioses, con divino oficio,

alma,corazón, fuerza vital,

en el cuerpo, debían morar.

 Volver a la vida, con Osiris,

 en Aaru, el edén, sin iris.

Anubis u Horus, psicopompos,

guiaban el alma, sin trompos.

En Maat, la confesión sagrada,

 cuarenta y dos dioses, en estrada.

El corazón, en la balanza,

psicostasis, eterna danza.

Si el peso no iguala a la pluma,

 el "ba" y el "ka", en triste bruma,

no forman el "akh", ser divino,

y Ammit, el monstruo, es su destino.

 Devorado el alma, en la nada,

destino cruel, sin alborada.

Tot, el escriba, con Osiris,

 anota el juicio, con matices.

 

 

En el crisol de la mente,

 la ciencia esculpe sueños,

donde el cuerpo se congela,

y el alma busca otros reinos.

 No es oro lo que ansiamos,

 ni piedra filosofal,

 sino el elixir del tiempo,

 que trasciende lo mortal.

El clon, espejo incierto,

 ¿refleja mi ser profundo?

¿O es solo una sombra,

de un eco moribundo?

 En robots orgánicos,

 la vida se reinventa,

 ¿podrá la conciencia,

 en su nuevo cuerpo, ser contenta?

La alquimia moderna,

 no busca la transmutación,

 sino la eterna esencia,

 la perpetua creación.

En cada experimento,

un paso hacia el mañana,

 donde la muerte se enfrenta,

y la vida se engalana.

 

 

La ciencia, fiel escudera,

 de la duda y el saber,

 nos lleva a explorar,

lo que no podemos ver.

 Criogenizar el cuerpo,

 un desafío a la muerte,

¿o solo un sueño vano,

 que el tiempo se desvanece?

Clonar la esencia humana,

¿un acto de osadía?

¿O un intento fallido,

de eterna compañía?

En robots que palpitan,

 la vida se simula,

 ¿podrá la conciencia,

 en su interior, ser pura?

La alquimia moderna,

 no busca la verdad,

 sino la eterna búsqueda,

de la inmortalidad.

 En cada interrogante,

un nuevo horizonte,

donde la ciencia y la duda,

se funden en un monte.

 

 

La ciencia, cual mago moderno,

 juega con la vida y la muerte,

 criogenizando cuerpos,

 en una helada suerte.

El clon, un doble exacto,

¿o solo una imitación?

¿Podrá la conciencia,

 en su interior, hallar salvación?

Robots orgánicos,

con latidos simulados,

¿serán la nueva especie,

de futuros desterrados?

 La alquimia moderna,

 busca la trascendencia,

 pero ¿a qué precio,

esta eterna existencia?

En la paradoja eterna,

la ciencia se debate,

 entre la creación y el fin,

que el destino combate.

 La duda es la brújula,

 que guía nuestro andar,

 en este viaje incierto,

 hacia la inmortalidad.

 

Las momias, quietas, sin aliento,

no vuelven a la vida, en intento.

El paraíso egipcio, una ilusión,

no hay certeza de resurrección.

 

 

Los ricos pagan, con locura,

por ser criogenizados, en dura

espera de la ciencia, su religión,

que cure la muerte, con pasión.

 La ciencia, alquimia moderna,

 busca el elixir, sin eterna

 respuesta, la vida sin fin,

y el oro líquido, para vivir.

 

El alma pesa, en el final,

juicio cristiano, sin igual.

San Miguel y el diablo, en lucha,

pesan las obras, con escucha.

El alma, tras la muerte, sigue,

su destino, según lo que abrigue.

El bien y el mal, en la balanza,

deciden su eterna danza.

El diablo intenta engañar,

 el alma, a su lado, llevar.

Almas esperan, con temor,

 cielo o infierno, su color.

Leviatán espera, fiero,

almas culpables, prisionero.

Egipcio y cristiano, iguales,

mis creencias, ¿son solo señales?

¿Mi fe, acaso, una mentira?

 La duda crece, y me inspira.

.

 

El futuro, ¿quién lo sabe?

 Prevemos cosas, con llave

de lógica, causa y efecto,

 pero la vida, es un defecto

 de lo esperado, sin dudar,

la incertidumbre, es el lugar

constante, donde el mundo gira,

y nuestra mente, se retira.

 

Poesía, ¿qué es en verdad?

No entiendo la modernidad,

ni vanguardia, ni posmoderno,

 la antipoesía, es el infierno

de mi verso, sin lugar,

 la duda poética, sin cesar.

El hombre moderno, no entiende,

la poesía, que pretende.

Lope de Vega, en su edad,

 explicaba el soneto, con claridad.

 Metapoesía, en su esencia,

un soneto, en presencia.

Hoy, perdidos, sin dirección,

 la poesía, es una cuestión

de duda, y la vida, también,

el poeta, su duda, retén.

 

Fernando José Padilla, autor,

 en febrero, del dos mil doce,

 la duda poética, es su dolor,

 y la incertidumbre, su voz.

 

 

 

 

 

 

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